







Hace 2 meses nos mudamos a una casa con tierra, sin piso ni cemento, de esas que lo traen a uno con los dedos llenos de lodito. Desde que la vi supe que aquí iba a poder sembrar lo que se me viniera en gana y así fue (yeeeeeeiiiii!). Nos llevó bastante sudor pues estamos al pie de un cerro y el terreno está lleno de roca pero nada que un buen pico, mucho humus y hartos vacacionistas no pudieran resolver (soy una abusadora! cada visitante que caía lo ponía a trabajar... pero no se agüiten que a la hora de repartir me acordaré de ustedes).
Ahora las albahacas, las tomateras, los pepinos, las calabacitas, los melones y sandías están rindiendo fruto -soy una sentimental, me dan tanta ternura!- al igual que el amaranto que cada día lo veo más cargado, el maíz que crece 10 cms por semana, el frijol plano tupidito de hojas, el trigo sarraceno con sus semillas listas para volver a sembrar, las ocras misteriosas y los muchos cempazúchiles que pondré en el altar de noviembre.
En espera está el huerto, que para finales de este mes transplantaré, ahí habrá lechugas, arúgulas, pimientos, alcachofas, zanahoria y betabel.
Tanto verdor me alucina!